Abuelos vírgenes

Fabio José Saavedra Corredor

Paisaje Cultura

Avanzábamos en el sendero que nos llevaba a la Navidad, percibiendo aromas dulzones a natilla y buñuelos, servidos en la mesa de las abuelas, mientras compartíamos con mi hijo el atardecer, sentados en la banca del parque, y dejábamos que la imaginación y el diálogo volaran, dibujando figuras en el horizonte.

Yo, abuelo octogenario, le hacía a mi hijo un reclamo, nacido en el corazón de la continuidad de la especie, pidiéndole explicación, ¿por qué no me ha dado nietos?, Luego de un prolongado silencio, él rompió el dique que ha represado su dolor social almacenado durante mucho tiempo: padre, nosotros no queremos engendrar hijos para este mundo de sufrimiento, alteración ecológica, inseguridad y riesgos; no importa si es nieta o nieto; puede secuestrarlo un miserable enfermo mental, violarlo y luego asesinarlo, o caer en manos de la guerrilla donde le lavarán el cerebro, convirtiéndolo en enemigo nuestro, o que un pastor, párroco o rector de colegio lo seduzca y termine siendo víctima de sus atropellos, o que su nieta caiga en manos de la red de trata de blancas o de traficantes de órganos; o, imagínese padre, ¡la desgracia de un hijo político! o que terminemos igual a Venezuela, escuchando impotentes el llanto de sus nietos, sin lecho ni techo, acosados por el hambre y el frío.

¿Comprende, padre, por qué no le damos nietos? y entonces, abrazados, nuestras lágrimas se confundieron.

Cubiertos por el manto negro de la noche, susurré en su oído: ¡hijo, lo he entendido claramente! ¡ya no quiero nietos!