La flojera

Gustavo Álvarez Gardeazábal, Escritor.

 

Si no fuera por la insistencia de los estudiantes en marchar por las calles para demostrarle a la ministra y sus delegados que siguen siendo fuertes a la hora de conversar, podría decirse que en este país nos cobijó la flojera.

Desde hace rato dejamos de ser enhiestos en nuestras peticiones y todos nos cansamos de pararnos en la raya o de nutrir la verticalidad de nuestras argumentaciones.

La fuerza del poder que obliga al silencio o a la retirada, los trucos de quienes dominan desde sus posiciones o, más bien, la línea media que terminó por aceptarse de que en este país pasa de todo y no pasa nada, nos tiene inundados de flojera y preferimos dejar hacer, dejar pasar.

Es posible que ese tal carácter que dos generaciones atrás nos enseñaron a mantener ante las situaciones límites, se haya perdido en medio de la inundación monetaria del narcotráfico o de la corrupción sexual de la Iglesia.

Pero también puede ser posible que ya no existan seres humanos como aquel Gaitán, que creyó tanto en su vida que jugó a la muerte. Este país ha llegado a preferir que lo capen parado con reformas tributarias miserables como la que ahora remiendan, corrigen y hasta vomitan los congresistas de entre las sobras verborreicas equivocadas de los ministros.

No nos tientan ya las opciones de conocer hasta el fondo a dónde han ido a parar las platas que se le traspapelaron al presupuesto en cupos indicativos o las que se quedaron en los papeles de Panamá.

Nos montamos en el carro sin chofer de Tesla y tranquilamente confundimos la flojera con la comodidad.

gardeazabal@eljodario.co

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