En medio de las ruinas del Bicentenario

Cuando nos acercamos sigilosamente al tan anunciado 2019, año del Bicentenario, es preciso abordar temas como el del patrimonio que se está cayendo a pedazos.

Si la palabra patrimonio es también vinculante a preservar, proteger, defender y cuidar, no se explica cómo aquellos inmuebles y muebles que aún permanecen de pie como si se tratara de un hecho de rebeldía a desaparecer, están en ruinas ante la mirada frívola de los gobernantes.

Propiedades emblemáticas, como uno de los primeros hospitales de guerra que tuvo Boyacá y que está ubicado en el municipio de Tasco, se cae a pedazos, mientras los políticos echan discursos y aplausos.

Tal vez por desconocimiento no se mira más allá de la montaña y no aprovechan estas construcciones para restaurarlas y convertirlas en atractivos turísticos emblemáticos asociados a centros culturales para el desarrollo de bibliotecas públicas, procesos de formación artística, museos, auditorios, centros de memoria y otras que hacen parte de la infraestructura cultural que tanta falta hace en nuestro país.

Pudiéramos hablar entonces de las ruinas del Bicentenario y habría mucha tela de donde cortar, porque si miramos por ejemplo los inmuebles de la ruta libertadora en Boyacá, nos encontraríamos con un panorama desolador porque casi un 80% de estas construcciones por donde pasó, acampó, permaneció o pernoctó Bolívar o su Ejército Libertador, están en ruinas y cayéndose a pedazos, convertidas, además, en un peligro inminente para los transeúntes.

Hay otras que por el contrario han encontrado dolientes, fruto de alianzas entre entidades públicas, mixtas y privadas y se han transformado en verdaderas joyas arquitectónicas, con funcionalidades para el desarrollo de actividades artísticas, sociales y culturales que resguardan los hechos acontecidos antes y durante la campaña de 1819.

El concepto de patrimonio refiere a la herencia y a los derechos adquiridos como miembros de una comunidad o de un grupo social determinado. Pero hablar de un patrimonio cultural es mucho más que la simplicidad de la traducción del vocablo, es el conjunto de bienes que pertenecen a todos pero que han trascendido en la historia y hacen parte de la apropiación del imaginario colectivo como los símbolos, himnos, escudos, banderas y marcas que identifican los propósitos de los pueblos.

Se requieren políticas públicas serias, claras y contundentes a corto, mediano y largo plazo para apropiar dineros que garanticen la recuperación inmediata de los inmuebles. En muchos casos, recursos y estudios que se pagan por una administración con fondos públicos, son refundidos por la siguiente, porque tal vez no conviene a sus intereses o a su vanidad y esos rubros son cambiados de destinación, convirtiéndose este hecho en peculado, o prevaricato.

Una de los objetivos debería ser el de restaurar lo poco que queda de propiedades históricas para crear una especie de parque temático.

Cuando estamos entonces a pocos días de iniciar las celebraciones del Bicentenario, es oportuno volver la mirada a estos inmuebles en cuyos muros de adobe espeso o tapia pisada se encuentran tatuados los hechos históricos. Hechos, de los que tanto hablamos por estos días y que, en mi opinión, forman parte más de un discurso de show mediático que de una propuesta seria que permita la recuperación inmediata de estas construcciones y la utilización adecuada de las mismas, vinculando el pasado de grandeza a los propósitos de futuros posibles para nuestros niños y jóvenes.

Muchos foros, muchos paneles, muchos documentos radicados en palacio, gobernaciones y alcaldías, mucha disputa entre historiadores en verdaderos pulsos para mirar quien tiene la verdad sobre los hechos históricos y mucho discurso figurativo. Mientras tanto, las casonas y las construcciones donde el Libertador diseño sus estrategias militares, siguen a la espera que alguien se apiade de ellas y les ayuden a permanecer de pie, tal vez para contemplar los “festines” que en su honor se hacen con ocasión de las celebraciones del Bicentenario.