El Arte Rupestre en Ciénega, Boyacá

La actual familia de Boyacá Siete Días “Más Boyacense” nos ha invitado en los últimos meses a querer, valorar y conocer más nuestro departamento.

Estuvimos ‘Boyacensiando’ todo el equipo de Boyacá Sie7e Días; desde el área administrativa hasta redacción.

En días anteriores, fuimos todos a “Boyacensiar”, sí, el nuevo término que adaptamos en Boyacá Sie7e Días para referirnos a ese recorrer y admirar nuestra tierra.

En esta ocasión, salimos de Tunja hacia Ramiriquí. Más adelante de Boyacá, Boyacá, desviamos por una carretera destapada y luego de algunos minutos de recorrido paramos en un puente: estábamos sobre el río Jenesano.

Guiados por don Benigno Ávila, comenzamos a recorrer un camino enlodado para el que algunos no íbamos preparados, pero la curiosidad y las ganas de conocer alguito más de ‘la tierrita’ nos hizo olvidar por un momento que llevábamos botas elegantes o cotizas resbalosas.

Encontramos una piedra grabada con figuras que asociamos a los indígenas. “Es un petroglifo”, nos indicaron. Ese era sólo el comienzo de un recorrido inolvidable sobre los pasos de nuestros antepasados.

Comenzamos a subir, y aunque algunos se quedaron en el camino, la mayoría del grupo fuimos descubriendo cómo las rocas habían sido testigos del paso y estadía de los Muiscas, en las primeras pictografías que vimos sobre una alta laja.

Aunque no eran dibujos fácilmente descifrables, uno de los compañeros contaba que se trataba de la representación de los alimentos y la vida del campo. Que en otros lugares se veía claramente la representación del momento de la caza, y que ellos solían hacer estas pinturas como ritual para quitarle fuerza al animal.

Varios metros más arriba, y luego de andar por un estrecho camino de piedra, atravesar un cultivo de pepino y subir un poco más, estuvimos delante de una imponente roca con tres cavidades que estaban muy cerca de la parte superior. “Los Muiscas abrieron esos huecos y guardaban sus tesoros ahí, si se fijan, el material del borde no es el mismo de la roca, era con lo que lo sellaban, pero no hemos podido saber qué es, porque por aquí el gobierno no ha mandado a nadie para que lo estudie” nos contaba don Benigno mientras señalaba hacia arriba.

Benigno Ávila y Luis Lizarazo avanzando en el recorrido.

Los veinte o treinta minutos de caminata restantes fueron junto a grandes pedazos de roca, entre los que había, en algunas partes, grandes cuevas. Después de la respectiva foto, continuamos camino hasta llegar a un punto que llamaban “El Sagrado Corazón”, pues había un altar con esta figura religiosa.

Agradeciendo por «el paseo” y la agradable caminata, nos esperaba “el sagrado sorbo” en la única tienda de la vereda, donde no se encontraba más que cerveza, mogolla y salchichón.

Por: Belén Osorio.