El acontecer de los pueblos ha sido inmortalizado por artistas que en su mayoría se hicieron empíricamente, pero que han desarrollado tal estilo que impacta en el mundo.
En los años 50 empezó a manifestarse en Nicaragua, un estilo autentico al que se conoció como la pintura primitivista, promovida especialmente por mujeres como Salvadora Henríquez de Noguera, quien mostraba a través del pincel, la exuberancia de los bosques tropicales y el acervo cultural.
Posteriormente este estilo empezó a volverse popular con la aparición de la pintora Asilia Guillen, quien además del pincel era ágil con sus manos en el bordado. En nuestro país este movimiento apareció con gran auge entre las décadas de 1960 y 1980; pero también en épocas anteriores a esta, pintores y artesanos de la Colonia del siglo XIX, que, sin una estructura académica, pero con mucho talento innato, dibujaron con estilo propio las láminas y las estampas de los santos de mayor devoción que llegaron desde Europa.
Sobresalen en nuestro país entonces los nombres de artistas que fueron decisivos para que este género se empezará a meter por todos los rincones y encontrara cada día más adeptos. Ese movimiento plástico, permitía mostrar la radiografía viva de las fiestas patronales, las romerías, las reuniones de vecinos y amigos en las haciendas, la lidia del ganado y muchas otras manifestaciones que son la verdadera radiografía de las tradiciones populares de nuestros pueblos.
Es así como los nombres de María Villa una mujer ‘paisa’ que se desempeñó como empleada doméstica y boticaria, quien empezó a dibujar retratos e imágenes religiosas. También Marco Tulio Villalobos, un reconocido futbolista que ocupó la posición de arquero en el América y que “rebuscando el centavo” terminó por convertirse en pintor cuando ya llegaba a los 60 años de edad.
Otro también muy reconocido, Noé León, un santandereano viajero que después de ser zapatero, pintor de brocha, policía, y vendedor ambulante, terminó dibujando paisajes y escenas del Caribe que impresionaron al artista Alejando Obregón.
En Boyacá el máximo referente de este estilo es un hombre sencillo y modesto quien a sus 97 años de vida aún sigue de pie como un roble dibujando en siluetas de mil colores, las fantasías de la tradición popular de su amada Duitama.
Ernesto Cárdenas ha estampado las fiestas de sus antepasados, las corridas de toros de las otrora improvisadas plazas de madera, las serenatas de los músicos al balcón de la enamorada, las romerías de su ciudad por los caminos polvorientos veredales y los jolgorios que en el mes de enero dieron paso a la celebración de la fiestas patronales de la “perla” en homenaje al Divino Niño.
Otro referente que tiene el departamento en esta área de la pintura primitivista es el artista Antonio María Benítez nacido en el municipio de Socha, Boyacá, quien en su edad de infante creo un museo con hallazgos precolombinos y luego se fue metiendo en el “tuétano” de la cultura ancestral para empezar a bocetar la arquitectura colonial costumbrista en sus pinturas y blanquear los muros de las iglesias reveladas en sus cuadros.
Un estilo popular que ha cautivado
Este estilo tan particular y con sabor a pueblo es quizá uno de los más admirados y apetecidos por los americanos y europeos pues sus vistosidad y colorido lo hacen único y llamativo especialmente a los expedicionarios que caminan por el mundo en busca de esas cosas raras que como dice Piero en su canción, algunas son “recién envejecidas” para americanos, pero otras como estas obras son hechas hoy para revelar un pasado lleno de tradiciones, costumbres, mitos y leyendas que al final del ejercicio son las únicas que se pueden denominar auténticas porque vienen de la entraña misma de los pueblos y cuentan las historias de la estancia en fantásticos relatos que sin palabras dicen todo a través del lienzo y el pincel.